Siempre que se viaja hay momentos que quedan grabados en tu retina de por vida, pero mi visita al vertedero de Stung Meanchey en Camboya, se quedó grabada en mi retina, y mi conciencia.
Sabía de la existencia de este vertedero gracias a las fotografías de un amigo polaco, desde que vi su obra tuve claro que yo quería visitar ese lugar y conocer a la gente que trabaja en él. Recién llegado a Phnom Penh, la capital del país, lo primero que hicimos fue acercarnos a este inmenso vertedero de 12 hectáreas. Yo me había equipado con unos pantalones impermeables de pescador, de estos que te llegan hasta el pecho. Había leído que es muy fácil hundirte en la mierda (si se me permite la literalidad) hasta la cintura y que además el vertedero estaba lleno de jeringas usadas por toxicómanos, y esto en una ciudad donde el 14% de los hombres esta infectado por el VIH, le restaba frivolidad a mis pantalones.
Nada más llegar el Monzón. Treinta minutos de lluvia torrencial que hizo que el terreno se hiciera todavía más peligroso. Las montañas de basura alcanzan los 100 metros de altura y por ellas se movían incesantemente adultos, niños, excavadoras y algún que otro fotógrafo. Planchas enormes de acero sirven como soporte a la gente para evitar corrimientos de basura, pero dichas planchas también se transforman en un verdadero peligro cuando una excavadora las mueve como si fueran papel de fumar, había que estar atento.
Decía al principio que esta visita quedó grabada en mi conciencia, porque nada más llegar al hotel, mi mujer y yo no pudimos hablar, estuvimos como diez minutos con lágrimas en los ojos pensando en lo que acabábamos de vivir. Cientos de niños trabajando por 1 dólar al día en peores condiciones que cualquier animal, respirando gases tóxicos que hacen que la población que allí trabaja no tenga una esperanza de vida superior a los 40 años. Mujeres trabajando y cargando con sus bebés semidesnudos. Hombres peleándose como fieras por tener un sitio de privilegio en la mierda que descargue el siguiente camión. Y sonrisas, miles de sonrisas, lo más descorazonador y desconcertante de todo.
Los Jemeres Rojos pasaron y hoy en día se está juzgando a los responsables que quedan con vida, los ideólogos de los llamados campos de la muerte, llevados al cine por Roland Joffé en The Killing Fields. Hoy asistimos estupefactos a su versión renovada, su versión 2.0
Podéis ver aquí las fotografías
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